Raymond Aron: Un francés proamericano entre intelectuales prosoviéticos, por Baldomero Vásquez

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Este 14 de marzo se cumplen 113 años del nacimiento del sociólogo y politólogo francés Raymond Aron (1905-1983), uno de los pensadores más importantes del siglo XX. Lamentablemente, continúa siendo un desconocido en las academias de ciencias sociales de América Latina y en general en todos los círculos intelectuales de la región.

La obra de Aron es muy diversa, pero sin duda destaca la publicación en 1955 de su libro ”EL OPIO DE LOS INTELECTUALES”, donde culmina su proceso de ruptura con el marxismo iniciado años atrás. Su provocativo título es un preaviso de la polémica despiadada que viene, obviamente escogido en contraposición a la expresión de Marx: “la religión es el opio del pueblo”. Para Aron el marxismo era el opio de los intelectuales franceses. Y sin contemplaciones, a los que consumían la droga totalitaria les acusaría de “ser simpatizantes del universo soviético: inmisericordes con las fallas de las democracias, pero indulgentes ante los más grandes crímenes del stalinismo”.





Tanto en aquel momento, como en importantes circunstancias futuras que obligaron a Aron a tomar posición ante la opinión pública francesa, es admirable su coherencia a sabiendas del alto precio que pagaría por ellas: quedarse solo y ser estigmatizado.

Confirma esa coherencia el historiador inglés Tony Judt al señalar que de 1945 a 1955 entre los intelectuales franceses existían las siguientes cuatro actitudes con relación al marxismo y al stalinismo:

1) abierta confrontación, la de Aron, que implicaba ser repudiado y calificado de “ideólogo de la burguesía”;

2) aprobación incondicional, la de intelectuales comunistas como Louis Aragón y otros;

3) aprobación condicional, de intelectuales como Edgar Morín que abandonaron el partido comunista pero no renunciaron al radicalismo;

4) la opción de quien se convertiría en archienemigo intelectual de Aron, Jean-Paul Sartre, que no era militante del partido comunista pero era prosoviético y antiamericano. De hecho, nada retrata mejor a Sartre que su respuesta a la pregunta de por qué no denunció los campos de concentración (Gulag): “Cerramos los ojos a la realidad porque creíamos que EEUU desataría la III Guerra Mundial”.

El Prof. Aron fue un weberiano, afín al Realismo Político en la comprensión de la lucha por el poder entre naciones. Es esta última alineación la que explica el liberalismo aronniano, más político que económico, más defensor de la democracia frente al totalitarismo que del capitalismo frente a la planificación socialista (así titularía su libro de 1965: Democracia y totalitarismo); y es por ello que a la hora de confesar su admiración se decanta por Kissinger y no por un pensador liberal clásico ni contemporáneo.

Destacan en su vida de intelectual militante sus luchas, siempre en defensa de la democracia, muchas veces libradas en solitario. Como la batalla que libró contra el nazismo, desde su exilio en Inglaterra, luego de la invasión de Hitler a su patria o su defensa combativa de la democracia ante el riesgo prototalitario del Mayo del 68. En estas situaciones Aron no estuvo sólo. En la primera, dirigía el periódico Francia Libre y en la segunda, la derecha francesa, a regañadientes apoyó su posición. Sin embargo, su aislamiento se extendió en el medio universitario a la par que aumentaba la popularidad de Sartre, reflejándose dicho aislamiento en la frase estudiantil: “Mejor estar equivocado con Sartre que tener razón con Aron”).

En cambio, Aron escogió la soledad cuando apoyó la independencia de Argelia. La derecha rechazaría su posición y la izquierda, sin importar lo que dijera, lo odiaría siempre. Esta opinión le ocasionó un riesgo personal inesperado: la ultraderechista argelina Organización del Ejecito Secreto (OAS: Organisation de l’Armée Secrète), opuesta a la liberación, le amenazó de muerte.

También su soledad sería absoluta en su categórico respaldo a Estados Unidos frente a la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Frente al antiamericanismo francés de derecha e izquierda, Aron levantó su posición “Atlantista”. Ésta provenía de un descarnado análisis geopolítico de la desastrosa situación en la que había quedado Europa al final de la II Guerra Mundial que, a su juicio, la hacía extremadamente vulnerable a la expansión comunista soviética. Su conclusión fue que sólo si Europa Occidental se guarecía bajo el paraguas militar de la democracia norteamericana podía frenarse dicha expansión y preservarse la libertad. Tuvo razón.