Alfredo Maldonado: Meditación a oscuras sobre la conspiración en marcha

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Hoy es un día especial, lo confieso, porque tengo café, un poco de Harina Pan, huevos y cigarros. ¿Quién puede amargar un día así a un venezolano de estos tiempos? Quizás diría usted, seguramente opositor recalcitrante si está leyendo La Patilla –o madurista curioso, los hay- que podría pasar que con café y todo se vaya la luz, pero ése no es un milagro sino un hábito, Corpoelec nos ha venido entrenando con persistencia militar.

Y no hay luz desde hace dos horas, efectivamente, con lo cual Corpoelec y los saboteadores, permanentemente dispuestos a hacer quedar mal al general Ministro de Energía Eléctrica y ahora también al de Interior y Justicia, nos motivan a no perder el tiempo leyendo y escuchando chismes por You Tube. Tampoco podemos –los intelectuales ancianos como yo- leer, problema éste de pocos venezolanos que sólo lo hacen en sus celulares, jóvenes que caminarán a tropezones hacia la madurez con sus mentes de 140 caracteres e intrascendencias de Facebook.





La oscuridad me lleva a meditar sobre el asunto éste del general Rodríguez Torres y el montón de militares de diversos rangos que están siendo arrestados en sucesión estos últimos días. No a meditar en sus problemas, sino en la expectativa que todo este proceso de arrestos y allanamientos está generando.

Más de un opositor convicto y confeso se ha alegrado pensando en lo que el Gobierno dice y muchos analistas respaldan, que hay una golpe de estado en marcha, se estremecen soñando con la caída del régimen. Te apabullan con comparaciones con la conspiración militar que derribó a Pérez Jiménez en 1958, con el feroz –y por cierto muy preciso- bombardeo del Palacio de la Moneda en Santiago de Chile, con la insurgencia de los generales argentinos contra Isabelita Perón, con la dictadura de Rojas Pinilla en la empecinadamente democrática Colombia y alguno, más audaz e intelectualoso, hasta con la huida apresurada de Fulgencio Batista aquella madrugada de año nuevo habanero en las primeras horas de 1959. Alguno incluso ha llegado a recordar la conspiración de aquellos militares denominados “Jóvenes Turcos” (o algo así) tras el desastre otomano en la I Guerra Mundial (si no recuerdo mal, yo ni siquiera había nacido, imagínense cuánto tiempo ha pasado).

Pero ninguno de esos ejemplos es válido para la Venezuela actual. La conspiración contra Pérez Jiménez nació de una heroica y bien organizada clandestinidad civil sobre la cual se montaron los militares a última hora, a Rojas Pinilla lo llamaron los mismos civiles que no supieron arreglar la violencia política entre liberales y conservadores, La Moneda fue bombardeada por una fuerza armada firmemente concentrada alrededor de un mando y orientados y animados por la CIA y por los errores del comunismo chileno –en eso si se parecen a la Venezuela actual-, a Isabelita Perón la echaron porque ya nadie aguantaba su necedad y se habían convencido de que Perón no había dejado herederos, al sultán turco lo echaron –igual que al rey egipcio décadas después- militares que preveían la importancia de modernizar su país y sacarlo de la Edad Media, a Batista lo sacó del poder la incompetencia de una ejército desmotivado y mal dirigido por el sargento que Batista nunca dejó de ser.

Es en todo eso en lo cual medito y me doy cuenta de que la oposición sigue malinterpretándolo todo. Si hay una conspiración militar en la Venezuela de estos momentos, no es a favor de la MUD y mucho menos de María Corina Machado, Enrique Aristeguieta o Antonio Ledezma, para sólo citar tres nombres, porque éste es un pleito entre chavistas, de modo que el problema sigue siendo el mismo, que en 1998 terminaron de morir los partidos que habían sido protagonistas por cuarenta años y habían perdido a sus verdaderos conductores y con ellos al pueblo, y nació un nuevo concepto cuya cara principal era un teniente coronel mulatón y de fácil expresión, precondicionado políticamente por el verdadero enemigo, el castrocomunismo.

En 1998 la izquierda tradicionalmente fracasada en Venezuela se encontró tirados en la calle una democracia deshilachada y un pueblo decepcionado, los recogió, cosió banderas viejas con colores nuevos y llenó a esa democracia agonizante de adjetivos y al pueblo de promesas.

Los adjetivos siguen repitiéndose, las promesas se reinventan en cada discurso, siguen siendo lo mismo en tiempos de reciclaje y el fracaso se hace evidente en cada apagón y en cada bolsa de basura. Lo que realmente cuenta es que la Venezuela popular de 1998 para acá es muy diferente a la 1998 para atrás, digan lo que digan los dirigentes de la MUD que ofrecen reconstruir un edificio que se derrumbó en sus propias manos hace 40 años y no puede ser reconstruido, las ruinas pueden reciclarse pero no devolverse a su estado anterior.

La verdadera oportunidad de la oposición venezolana, que lleva casi 20 años sin aprovechar, es que esa izquierda que se hizo con el poder no ha sabido construir nada nuevo excepto el desastre generalizado, en eso sí han innovado, no en balde sus principales asesores son los mismos que han hecho de Cuba un fracaso universal.

La oposición habla una y otra vez de dictadura mala y democracia buena, mientras la gente ya olvidó cómo es eso de comer completo, habla de derechos humanos a los mismos que se han habituado, no les ha quedado otro remedio, a que los suyos –que tampoco conocen muy bien porque más allá de abstracciones no se los han enseñado- se los violen a diario policías, pandilleros, comerciantes y bachaqueros abusadores, gobiernos nacionales, regionales y locales que no arreglan las calles, ni suministran agua diaria ni electricidad ni telefonía moderna, motorizados que usan las calles como territorio propio, empleados públicos y también privados indolentes e irresponsables sólo pendientes de la hora de salida y de los fines de semana.

Pareciera que hay opositores que lo han entendido, los de Soy Venezuela, Antonio Ledezma y unos cuantos exiliados que han experimentado en carne propia qué son los derechos pero también los deberes humanos, que si no trabajan no cobran ni comen, que si escupen en la calle pueden ser multados, que los semáforos se respetan no porque haya un policía en busca de multas sino porque así debe ser, que deben tener sus documentos en regla y que las autoridades que emiten esos documentos también están en regla.

Algo es algo, los que algún día regresen quizás sean venezolanos diferentes y se pueda, con ellos, no reconstruir con ruinas sino construir con talento y experiencia, con derechos atados con deberes, convencidos de que Tío Conejo no es un animalito astuto sino un descarado pillo abusador.

Lo que está pasando en estos días no es para el cambio radical de gobierno, a ver si lo entendemos. Es una discusión entre chavistas que se sienten estrecha e inapelablemente vinculados con quien comenzó todo esto, ahora sembrado bajo adjetivos prepotentes y sonoros, y los que lo mantienen enterrado, regado con adjetivos pero sin abono enriquecido, que saben que ya murió y el poder es de ellos.

Si la conspiración llegase a triunfar –y uso este tiempo verbal porque el mismo Gobierno advierte que el asunto continua- no sería para entregar la presidencia a Enrique Capriles, a Leopoldo López ni a Julio Borges, por nombrar algunas atemorizantes posibilidades, sino a los chavistas que se sienten reales seguidores de Hugo Chávez.

O sea, que aunque inventen una junta o gobierno cívico militar, aunque metan a alguien de la MUD en ese presunto gobierno, no estaremos avanzando hacia el porvenir, sino reubicándonos en 1999.

Claro que, estando el país tan mal, 1999 suena a delirio hollywoodense, pero la pregunta es si esos neochavistas podrán arreglar lo que ellos mismos estropearon, ahora sin dinero, con desabastecimiento, frustración e hiperinflación. Aunque también queda otra solución, venderle el país a los imperialistas y que ellos arreglen las cosas, como lo hicieron con las ruinas de la Alemania nazi. Después de todo el dólar, aunque no lo tengamos, ya es la verdadera moneda de la Venezuela revolucionaria, antiimperialista y chavista.