Luis Alberto Buttó: Las vueltas de la vida

Luis Alberto Buttó @luisbutto3
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Como jefe máximo de la NKVD, entonces policía política del régimen comunista, Lavrenti Beria encarnó como nadie la maquinaria de terror operante durante la era estalinista. Con base en órdenes emitidas por él, se persiguió, humilló, vilipendió, encarceló, confinó en campos de trabajos forzados, torturó y asesinó, a incontable número de personas en la extinta Unión Soviética, tuviesen éstas ninguna o poca figuración política o fuesen miembros prominentes del partido comunista. Las víctimas del reinado criminal desarrollado bajo la supervisión directa de Beria, invariablemente enfrentaron acusaciones genéricas del tipo «aliados del capitalismo internacional», «agentes de gobiernos extranjeros» o «enemigos internos del socialismo». El solo nombre de este personaje siniestro paralizaba de miedo a cualquiera. Pero, pese a toda la omnipotencia acumulada, a la muerte de Stalin, producto de las purgas internas desatadas con los reacomodos del poder en la dirigencia bolchevique, Beria fue eliminado. La implacable fórmula de ajusticiamiento por él perfeccionada se le aplicó sin dilación, cuando la nomenklatura, de la cual formaba parte, lo consideró un estorbo al período por implementar.

Más cerca, en latitudes suramericanas, en no tan remotos tiempos de oprobio, personajes igual de infames ganaron similar reputación; verbigracia, el general Manuel Contreras, cabecilla de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA), órgano ejecutor de múltiples atrocidades cometidas durante la sangrienta dictadura encabezada por Augusto Pinochet, aquel baldón a la historia chilena que se jactaba de que en su país no se movía una hoja sin su conocimiento o consentimiento. En la ruin trayectoria de Contreras se sumaron villanías como la internacional entente de la muerte conocida como «Operación Cóndor», el asesinato en otros países de destacados funcionarios del derrocado gobierno de la Unidad Popular y el suplicio de miles de chilenos despojados de su condición humana por el atroz trato recibido. Sin importar los favores recibidos, cuando Contreras se le hizo incomodo a Pinochet por la presión recibida desde la administración estadounidense del presidente Carter, se le defenestró sin miramientos y se le despojó de todo el poder atesorado. Trató de salvarse voceando ilicitudes que supuestamente conocía y fue tildado de mentiroso, canalla y enfermo por la propia familia del dictador. Las condenas recibidas por su responsabilidad en hechos como los referidos, sumaron más de 500 años de cárcel.





Ambos ejemplos son recordatorio del destino que tantas veces experimentan las fichas del mal, en especial las encargadas en algún momento de ser figuras cimeras de la represión nacida con la arbitrariedad. Despiadados, inclementes, feroces en el trato proporcionado a sus congéneres, mientras ordenan y/o ejecutan tropelías, pisotean Derechos Humanos y destrozan a manotazos la legalidad, estos lóbregos personajes, símbolos patéticos de la tragedia vivida por la sociedad donde llevan a cabo su despreciable tarea, olvidan dos realidades irrefutables. Una: el poder es cambiante, no siempre se ostenta. Es decir, no es eterno el gozo de la impunidad a partir de la cual se cometen arbitrariedades en defensa de modelos políticos conculcadores de la libertad y la dignidad ciudadanas. En algún momento la justicia vuelve a ser justicia de verdad y sanciona lo sancionable. Dos: en ocasiones, antes de ocurrir momentos como el descrito, la supervivencia propia de los regímenes opresores conlleva la necesidad de reajustes de los cuales resulta la conveniencia de abjurar de viejas lealtades, de desprenderse de compañerismos indeseados. Así las cosas, quien con saña perseguía, termina siendo perseguido por aquellos para los cuales perseguía. Las vueltas de la vida suelen ser aleccionadoras por la ironía arrastrada tras de sí.

Una cosa es denunciar canalladas. Otra muy distinta abogar por canallas.

Historiador
Universidad Simón Bolívar
@luisbutto3