Gladys Socorro: Venezuela, un país exportador de miseria

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Atrás quedó la Venezuela conocida en el mundo entero por la exportación de petróleo y sus mujeres bellas. Hoy somos una fábrica de miseria que exporta hambre, enfermedades, prostitución infantil y millones de migrantes que, aunque muchos preparados académicamente, siempre serán los intrusos en tierras lejanas.





Es en Venezuela donde ha crecido más aceleradamente el porcentaje de la población subalimentada de nuestro continente. Entre 2014 y 2016 aportamos 1,3 millones de personas que no cuentan con la cantidad suficiente de alimentos para cubrir sus necesidades calóricas diarias. Esto representa 80% de la gente con hambre de los 2,4 millones de latinoamericanos y caribeños que se sumaron a las estadísticas. Esta cifra se incrementará significativamente cuando se mida el impacto que la reducción de la oferta de alimentos y la hiperinflación de los tres primeros meses de 2018 han causado en los hogares.

Estamos en emergencia humanitaria. Por más que el gobierno se empeñe en negarlo, no tiene capacidad para manejar la situación. La gente, especialmente los niños y las mujeres, se están muriendo de desnutrición, y este no da señales de poder solucionarlo. Insiste en rechazar los mecanismos de cooperación internacional, sobre todo por su costo político en un año electoral, pero a cambio sacrifica vidas humanas. Ejerce el poder desde el estómago, cambiando su esencia como garante de la alimentación para convertirse en distribuidor y vendedor de alimentos, a través de los CLAP.

La negativa espiral sigue en ascenso. En 2017 la producción nacional de alimentos cubría 40% de la demanda. Según las proyecciones de 2018, sólo se atenderá a lo sumo 20%, con el atenuante de que el déficit no podrá ser cubierto por exportaciones, una vez que estas se han reducido en 73% desde 2013. En pocas palabras, lo que viene es hambre pareja.

La calidad de vida en Venezuela se pulverizó. La última Encuesta de Condiciones de Vida, elaborada por universidades venezolanas y presentada recientemente, así lo ratifica. En cuatro años la pobreza extrema se elevó de 23,6% a 61,2%, además de evidenciar que en 80% de los hogares reina la inseguridad alimentaria y 8,2 millones de venezolanos sólo hacen dos o menos comidas al día.

Ante esta comprometedora realidad que se torna peor cada día, la diáspora venezolana sigue en ascenso, y con ella, los efectos negativos en otros países. Aunque no hay estadísticas precisas sobre este fenómeno, la encuesta de Consultores 21 para diciembre de 2017 daba cuenta del éxodo de cuatro millones de venezolanos, provocando una crisis regional que tiende a profundizarse cuando 40% de los consultados señala que quiere emigrar.

Con este elevado y constante movimiento de la población se expanden las posibilidades de exportación de enfermedades. Casos como la malaria y el sarampión, erradicados de nuestras tierras, reaparecieron como resultado de la falta de vacunas, precariedad en el sistema de salud, erosión de la cadena alimentaria nacional e incremento de casos de desnutrición severa en niños menores de cinco años.

Y es que Venezuela está a la cabeza de los casos de malaria o paludismo en la región de las Américas. Los reportados el año pasado han sido los más altos en su historia. Vienen en aumento desde 2008. El Reporte Mundial de Malaria presentado a principios de año por la Organización Mundial de la Salud, da cuenta que entre 2015 y 2016 los casos notificados aumentaron en más de 76%, es decir, de 136.402 pasamos a 240.613. Para la segunda semana de octubre del año pasado se notificaron 319.765 casos.

Situación similar sucede con el sarampión. Después de ser declarada como territorio libre de esta enfermedad viral y altamente contagiosa, para febrero pasado la Organización Panamericana de la Salud señalaba que Venezuela es el país con más casos de los seis que notificaron la presencia de la enfermedad en las Américas. Entre junio 2017 y enero 2018 se manejaban 1.703 casos sospechosos y 952 confirmados. El 59% se presentó en niños menores de cinco años.

La producción de miseria en Venezuela parece no tener fin. El país se deshace en su pilar fundamental: los niños. Por un lado, la edad promedio de las niñas obligadas a prostituirse para llevar comida a sus casas se redujo de 16 a 11 años y, por el otro, los niveles de desnutrición y muerte avanzan a paso de vencedores.

Cáritas Venezuela, en la vocería de su gestora en Seguridad Alimentaria, Susana Raffalli, explica que la crisis alimentaria y de medicinas, sumado a la hiperinflación, la diáspora, la crisis en el sistema de salud y el resquebrajamiento de la red primaria de cuidados –como la familia– han incidido en el aumento significativo de la desnutrición aguda infantil en Venezuela, especialmente en menores de seis meses. Las proyecciones de esta ONG cercana a la Iglesia Católica apuntan a que este año podrían morir 280 mil niños por desnutrición y enfermedades asociadas. En 2017 fallecieron entre 5 y 6 niños semanales.

La realidad nos explota en la cara. Sus efectos son fulminantes. Tenemos un retroceso social y de salud de por lo menos 20 años. No podemos ser indiferentes con nosotros mismos. Si de verdad este gobierno es tan humanista como pregona, que se acuerde de Alí Primera con su Falconía: “…Que te duela el corazón, cuando ves al pueblo tuyo, desmoronado en su orgullo, mendigando salvación”.

Gladys Socorro

Periodista

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