William Anseume: El poder de todos

William Anseume: El poder de todos

thumbnailWilliamAnseume

Sabemos que puede hacerse cuasi imposible un enfoque único. Los más desconfiados columbran, incluso, la posibilidad de que algunos factores opositores se vean más favorecidos con la permanencia de este estado de cosas que con un posible cambio, con el cual se verían más disminuidos, más opacados, más inexistentes. Lógico: no todos siempre podemos estar de acuerdo en todo. Caramba, pero sí debemos concordar, estamos estrictamente obligados a ello, en algo: ponerle fin a esto debe ser un mínimo acuerdo de arranque inmediato hacia otros derroteros. Y, después de allí, el acuerdo mínimo de gobernabilidad desde aquel día después. De allí que repercuta de nuevo, sonoro, conmovedor absoluto de cimientes, el llamado ayer de la Conferencia Episcopal Venezolana, llamado al gobierno y a la oposición, especialmente a ésta a situarse a la altura de este sufriente acontecer diario, exterminador, y un nuevo llamamiento a la unidad desde la pluralidad, desde la diversidad necesaria, como muchos demandamos recurrentemente.

Pero, como señala el dicho: nadie se muere la víspera. Esa víspera tan desplazada en el tiempo y en la conciencia de los individuos, cuya aparente perdurabilidad nos trata de llevar a la idea del acabamiento definitivo, de la impotencia en la realización de objetivos o metas. Tiene que haber una víspera para que haya el día siguiente, el otro, el de la contentura, ése en el que todas las corrientes parecen trabajar deseosas de imponer sus criterios, sin acordar: desplazando; en el, ahora inservible, quítate para ponerme. Esta diatriba permanente por hacerse y creerse, cada grupo, cada “líder”, salvador definitivo: “tenía yo la razón, era así”, y, “como resolví, todo esto ahora es mío”, cual caudillos decimonónicos levantando cueros secos. Señala hasta José Antonio Páez, en 1830, tratando de poner orden en las filas militares: “ Traté de convencer a mis conmilitones que la fuerza armada debe ser esencialmente obediente, y que su poder debe reducirse al lindero de los cuarteles y ensancharse únicamente en los campos del honor y de la gloria”. Cuesta, claro que cuesta, contener las facciones deseosas de imponerse en los diversos sectores de la vida pública, de la vida republicana, cuando ven un boquete donde hacer florecer sus ideas y mandatos por sobre los demás, pero no es así, no debe ser así por la democracia, por la paz social requerida, clamada.





Se precisa la unidad de todos los factores no sólo por una fáctica realidad, momentánea y actual, sino para el mediano futuro, para la indispensable reconstrucción. De este modo suicida luce cuando menos inviable. No. Estos ataques virulentos entre facciones no ayudan en nada a la resolución del enorme conflicto, atizan su fuego consumidor. Precisamos sentarnos todos a la negociación por el Estado que deseamos y merecemos, por una reconstitución a la vez ideal y práctica.

Mi amigo Luis Buttó recordaba, en un pasillo de la universidad, entre las diversas discusiones cotidianas acerca de estos asuntos, la querida obra Fuenteovejuna. La trajo a colación él y no yo. Extraño. Aquella obra teatral que demuestra con hechos históricos que sí es posible la unidad de criterios para ponerle fin al asedio permanente del poder: todos a una. “Fuente Ovejuna lo hizo”. “Señor, Fuente Ovejúnica”. Aquella obra que nos recuerda también ahora, con claridad acuosa, el preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”. Hemos tenido, no tan lejanas, las vivencias de nuestra Fuenteovejuna.

Si de este mal que nos agobia, nos enferma y nos mata, no salimos juntos todos los que adversamos sus despropósitos, el problema se extiende a la víspera alargada que seguimos padeciendo y a la post-víspera que incidirá inclemente sobre nosotros y dificultará en demasía las posibilidades de una no tan traumática recomposición político- social-económica de este territorio arrasado que todavía tenemos el tupé, teñido de verborrea, de denominar país.

¿Cuándo llegará el momento de la seriedad política, del estatismo que la nación reclama, y el mundo?

[email protected]