Yosmar Poleo: El nido vacío y sin provisiones

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El síndrome del nido vacío es una sensación general de soledad que los padres u otros familiares pueden sentir, cuando uno o más de sus hijos abandonan el hogar. No obstante, esta ausencia del nido de origen se producía por la independencia, por una unión nupcial, o por enriquecimiento académico fuera de su país. Sin embargo, en Venezuela este fenómeno se da cada día con mayor frecuencia, por las condiciones socioeconómicas, por la inseguridad, por la violencia, y aunque parezca una moraleja, muchos emigran por hambre y por temor a morir en el intento, en un país donde las esperanzas, los sueños y la fe escasean como los alimentos y las medicinas.

Esta realidad se experimenta en casi todos los hogares venezolanos, el nido ha quedado vacío y sin provisiones, porque llevar esta tristeza a cuestas sin lugar a dudas, lesiona las emociones y el corazón de familias que por tradición, mantuvieron la unión y el compartir como estandarte de vida y sangre, y ahora la soledad, los recuerdos y la tristeza, se apodera de estos espacios. Aunado a esto, la grave crisis que golpea sin piedad el bolsillo de la gente, hace menos llevadera la partida de los seres queridos, porque no sólo esos hogares están vacíos y desmembrados por la ausencia de sus integrantes, sino que las neveras y las despensas también lo están.





Las estadísticas dicen que entre 2015 y 2018, se ha producido en Venezuela una emigración sin precedente en América Latina. De ser el país receptor de sueños y esperanzas de hermanos de otras latitudes que consiguieron en nuestra patria su segundo hogar, hoy somos nosotros quienes salimos despavoridos ante la vulnerabilidad en la que vivimos. La búsqueda de nuevos horizontes, donde se tenga garantizado el derecho al trabajo, a la alimentación y a una mejor calidad de vida, no es impedimento alguno para emigrar por tierra, por mar y por aire. El poder enviar dinero a los familiares que dejan sumidos en esta tragedia, es aliciente para quienes dejan su nido de amor, de confort, de estabilidad emocional y de sentido de propiedad, a un mundo incierto y desconocido.

La diáspora venezolana ya pasa de cuatro millones. La mayoría emigra sin mayor planificación ni con un proyecto de vida claro. Una maleta de 28 kilos cargada de sueños y esperanzas, y un vacío en el corazón por todo cuanto se deja, en especial a los seres queridos que no saben, si ese abrazo, esa bendición o esa despedida, significará el último encuentro carnal y personal de quienes vivieron fundidos en el amor y en la cotidianidad del hogar.

Cuadros depresivos, de frustración, de desesperación y de añoranzas se experimentan en nuestros hogares, el ver partir a un familiar o a un amigo escapando de esta guerra, genera profunda nostalgia, de quienes esperaban una vejez en compañía de sus seres más queridos y con el ruido común de esos encuentros familiares, que estremecían los cimientos del corazón. Y quién no tiene el alma arrugadita y llora en silencio la ausencia de un familiar. Hay que hacerse el fuerte ante los demás, tanto los que se van como los que se quedan, hacen ver que todo marcha bien, pero las lágrimas derramadas en la almohada del recuerdo, son suficiente muestra de lo que se sufre cuando la familia es desmembradas por razones y circunstancias tan extremas, como escapar del hambre, de la miseria y de la inseguridad a la que nos sometió una cúpula que se ha llevado todo a su paso.

De esta realidad escapan muchos venezolanos de distintos estratos e ideologías políticas, incluso los que hasta hace poco gritaban loas de alabanzas hacía sus captores y secuestradores, hoy aparecen en otros países hablando de las bondades de esos destinos. Nadie es profeta en su tierra, pero cuantos añoran volver a tener el nido lleno y repleto de amor y emociones. Venezuela es un gran país, momentáneamente atravesamos este cataclismo histórico, pero no debemos perder la fe, la esperanza, los sueños y el merecimiento que tenemos de reencontrarnos como hermanos, como familia, como venezolanos y como ciudadanos del mundo, que escojamos Venezuela como el destino final de nuestras vidas. No permitamos que nos arrebaten nuestros derechos y libertades.

A todos mis familiares que han emigrado de la patria, les digo que abrigo en mis sueños la posibilidad de que puedan regresar por la puerta grande, y con todas las garantías establecidas en la Constitución Nacional y en el código de la vida posible y anhelada. Ese abrazo y ese reencuentro está cerca, no perdamos las esperanzas de llenar nuevamente ese nido.

 

Yosmar Poleo C.

Periodista

Escritora

@yosmarpoleo