Guido Sosola: Érase una distinta y elocuente clase política (o del arbolito de navidad)

Guido Sosola: Érase una distinta y elocuente clase política (o del arbolito de navidad)

Guido Sosola @SosolaGuido
Guido Sosola @SosolaGuido

 

La curiosidad nos llevó a la Universidad Simón Bolívar y su semana latinoamericana y caribeña, en una actividad programada por el Instituto de Altos Estudios de América Latina, a través del Centro Latinomericano de Seguridad. Como vemos, así, algunos dirán que no era fácil llegar al sitio, salvo los más familiarizados con las tareas ordinarias de una academia – faltando el detalle – presupuestariamente asfixiada.

Lo cierto es que estuvimos en dos de las mesas de discusión, en un auditorio al que se accede a través de una acogedora biblioteca que exhibe también un fichero manual que llamó la atención de un par de jóvenes: viéndolos por unos diez minutos, jamás habían palpado unas fichas, sonriendo juguetonamente al apoyarse en una de las gavetas del insigne mueble. Continuamos nuestro camino y nos vimos en la mesa dedicada a los representantes de los partidos que tuvieron una más acusada identidad ideológica en el siglo XX.





Hubo novedades en las exposiciones, como ha de ocurrir en una actividad académica que sea tal e intente sintonizar con las realidades actuales. En efecto, aunque no pormenorizaran en torno a los seguidores o, en propiedad, a la escuela y a la tradición política que fundaron, nos preguntamos sobre cuáles equivalentes tenemos hoy de Rómulo Betancourt, Rafael Caldera, Jóvito Villalba, Gustavo Machado y Luis Beltrán Prieto Figueroa.

Tomemos el ejemplo de Prieto y veremos que, independientemente de su vigencia, para llegar a la tesis del Estado Docente, en trance de su senaduría en los años treinta, dedicó muchas horas al estudio, a la investigación y al intercambio con los más entendidos y, ello, no era en nada incompatible con el perfil de un liderazgo popular, cuya margariteñidad le salía por los poros, ni con la acción en el mundo del específico gremio magisterial. En lo personal, ocurriendo algo semejante con sus colaboradores más cercanos, estaba cultural y profesionalmente bien equipado y, aunque la política fuese una vocación inevitable, podía perfectamente dedicarse a cosas alternas; acotemos, construyendo una propia, el orejón venía de la escuela del empedernido fumador de pipa.

Nadie está pidiendo que el dirigente político sea una suerte de Sócrates deambulante y de una imparable mayéutica en cualesquiera espacios que se presente, pero es demasiado obvio que, en una etapa de quiebre histórico, como la nuestra, urgidos de la más pronta reconstrucción posible de la mismísima República, ya estamos hartos de la improvisación, la ignorancia, la piratería, la pose, el “tirarse una parada” como hizo Chávez Frías, cuya imitación es deplorable en las propias aceras de la oposición. A mí, que no me simpatiza precisamente César Miguel Rondón, entiendo el asombro que le causó lo dicho por un parlamentario, a propósito de un “arbolito de navidad” (http://epmundo.com/2018/escuche-aca-la-descarga-que-le-dio-cesar-miguel-rondon-a-este-opositor) y recordaba con qué placer leí el libro “Historia de las ideas en Venezuela” de David Ruíz Chataing, de factura reciente, sobre los planteamientos y la calidad de los planteamientos de una dirigencia que publicaba sus artículos, libros, folletos, etc., al igual que tenía sentido de las cosas prácticas.

Hemos retrocedido demasiado en Venezuela y la clase política así lo revela, bastando con irse a Youtube y apreciar, en sus espacios naturales, cuánta diferencia hay entre los discursos de una Asamblea Nacional ya de varios lustros y los discursos de un Congreso de la República que sentó al liderazgo nacional, al liderazgo intermedio, al liderazgo de las más variadas vertientes políticas, sociales e ideológicas, empuñando el micrófono con la soltura, versatilidad y hondura que le garantizaba el buen equipaje. Y a mi nadie me venga con la pendejada de la postmodernidad y afines, porque esto, lo de ahora, es premodernidad, barbarie, tribalismo, insensatez, sobreviviendo una concepción de la vida y de las cosas que legó Osmel De Souza.

Érase una muy distinta y elocuente clase política, incomparablemente mejor equipada, formada y adiestrada que la de hoy, la que – imagínense – tiene la responsabilidad de reconstruir al país. Por ello, celebro dos textos que responden indignados ante un fenómeno demasiado propio de la crisis que nos aqueja, como los alusivos de Luis Alberto Buttó y Humberto González Briceño, en La Patilla.