Alfredo Maldonado: ¿Para qué sirve un Gobierno?

Alfredo Maldonado: ¿Para qué sirve un Gobierno?

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Para ser útil a sus ciudadanos, eso para empezar, es la base. Un Gobierno no es útil cuando sólo frena las iniciativas de las mujeres y los hombres que habitan el país. Un error frecuente en políticos –gobernantes y opositores- en muchas partes del mundo, es asumir que son útiles siempre y cuando los ciudadanos, calificados como electores y como respondedores de encuestas, les son útiles a ellos. De sobra conocemos a políticos que son prolíficos oradores, carne de cámaras y micrófonos, que conocen por su nombre de pila a los periodistas que les hacen preguntas, pero no las realidades de los vecindarios en los cuales viven esos periodistas.

El Gobierno, cualquier gobierno, hasta las dictaduras militares de izquierda –que las hay- y de derecha, y las tiranías comunistas (no he logrado recordar ninguna democracia auténtica, con pelos y señales, que sea comunista, excepto el desastroso y malamente terminado Gobierno de Salvador Allende), está integrado por políticos, y los que acceden al poder por cosas de la vida como un golpe de estado o una designación al borde de la muerte, sin previa experiencia política, la aprenden y pierden rápidamente cualquier tentación de sinceridad.





La mejor forma de que un Gobierno sea bueno, es que empiece por entender que no está en el Palacio de Gobierno, ministerios y demás dependencias para ser servido y halagado, sino para servir, que es lo que habitualmente proclaman todos los políticos pero jamás cumplen. Y no lo hacen, aunque sean de los pocos que no piensan cómo enriquecerse para asegurar los futuros personales de ellos, sus familiares y amigos de confianza, porque caen en esa moderna trampa que es “la imagen”.

Deciden obras y programas pensando en lo que los ciudadanos pensarán de ellos, no en la obra en sí. Es por ejemplo, construir un sistema subterráneo de transporte popular para que los usuarios reales y los no tanto perciban que ese gobernante, ese ministro, están haciendo cosas que les faciliten la vida, sin preocuparse demasiado de detalles nimios como la calidad de los trenes o la perseverancia del aire acondicionado, o cuál deba ser la tarifa real de los pasajes para que el sistema se mantenga en condiciones en el tiempo, es sólo un ejemplo.

Para muchos políticos es fácil discutir precios sacrificando costos de calidad de manera que algo les quede a ellos precisamente para asegurar ese futuro y la buena vida, que suele ser cara. ¿Sabía usted, por ejemplo, que el excelente ingeniero que abrió el engorroso y complejo sistema de túneles y construyó las grandes estaciones, y negoció los trenes y el sistema franceses de la Línea 1 del Metro de Caracas, llegó al proyecto cuando ni siquiera existía, en su Volkswagen amarillo, y que años después, cuando la línea funcionaba como un reloj y todo el mundo estaba contento, y empezaban a desarrollarse las siguientes etapas y fue echado por el Gobierno de turno, que no había sido el que lo nombró inicialmente, ese ingeniero regresó a su casa con el mismo Volkswagen amarillo?

Pero no nos apartemos del tema, un Gobierno debe servir para hacer todo lo que esté a su alcance para no sólo asegurar sino sostener y desarrollar el bienestar de sus ciudadanos, y eso no es tarea sencilla. Implica seguridad de las personas en las casas y en las calles, generar incentivos para que la iniciativa privada crezca adecuadamente, fabrique y distribuya más, mejores y con precios asequibles de productos y bienes, y a través de ese crecimiento abra fuentes de empleo de acuerdo con la realidad de sus mercados y del crecimiento del país.

Significa que debe esmerarse por el buen funcionamiento de los servicios públicos –que de todas maneras pagan los usuarios con tarifas especiales aparte de sus impuestos- para que cada hogar, oficina, fábrica, empresa, comercio tengan la electricidad, el suministro de agua, telecomunicaciones modernas y constantemente actualizadas para su vida y necesidades 24 horas de los 365 días.

Un Gobierno es responsable nacional y regionalmente de que las calles, avenidas, carreteras, autopistas y carreteras estén pavimentadas, libres para circulación y sin riesgos de delincuentes. Es otro servicio público, eliminar los peajes no significa que los autos, camiones y autobuses puedan circular mejor, suele significar que las vías serán abandonadas y no habrá recursos ni interés en conservarlas en condiciones adecuadas.

Un Gobierno, sea democracia, sea dictadura, debe servir para que los habitantes vivan mejor cada día, no peor. Como especialista en comunicación –publicidad y propaganda- durante casi 40 años, les aseguro que la propaganda vende tanto como las expectativas que genera, y esas expectativas son las que el ciudadano compara con los resultados que puede percibir, y de esa comparación nacen los resultados electorales.

Las encuestas falsean las situaciones, no por las conclusiones de los encuestadores, que suelen ser acertadas, sino porque son fotos de un momento. Me he cansado de escuchar recomendaciones de encuestadores a sus clientes, “en base a estos resultados, usted debería…”, que no son seguidas por esos clientes que se quedan sólo en la comparación de cifras.

Los políticos y los gobiernos hacen proclamas y promesas, los ciudadanos interpretan de acuerdo a sus propios pensamientos y expectativas, y no siempre sincronizan; al contrario, suelen generar distorsiones peligrosas paridoras de graves equivocaciones.

Las comunidades son confiadas, esperanzadas, porque es humano serlo. La diferencia importante es cómo interpreta cada uno la oferta política. “Todos vivirán mejor” es para unos conseguir un mejor empleo, para otros una policía capaz de neutralizar al malandraje del barrio, para unos cuantos mejores sueldos, para alguno quitarse de encima a la mujer o al marido desagradables.

Los políticos y los gobernantes hablan mucho, ofrecen todo lo que ellos asumen que las personas quieren oir, pero nunca están adecuadamente seguros de que lo que dicen es lo que la gente realmente necesita y espera, y encima, como en el caso venezolano, después todo se queda en palabras y en promesas que se repiten.

Veinte años de ofrecer felicidad se terminan porque el Gobierno venezolano no sólo ha sido perseverantemente incapaz de mejorar las condiciones de vida de una importante mayoría, chavistas incluídos, sino que logró el milagro de quebrar una empresa petrolera líder, algo que se cuenta y no se cree.

Como también arrinconaron y desanimaron –cuando no simplemente echaron a un lado- a productores agrícolas, ganaderos e industriales, con la caída de la producción y ventas de petróleo el país quedó desnudo, desvalido, hurgando bolsas de basura.

La alarmante indiferencia ciudadana hacia las elecciones del 20 de mayo no fue un triunfo de la oposición, fue un castigo merecido a un Gobierno que ha logrado el milagro de arruinar a un país lleno de riquezas y de gente trabajadora y de que ya nadie crea en él.