Juan Guerrero: El fin de la educación

Juan Guerrero: El fin de la educación

 

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Sin un propósito, las escuelas son centros de detención, no de atención. Neil Postman





Nadie niega el poderoso avance de países, como los Estados Unidos de Norteamérica, Japón o Suecia, a partir de una consolidación de una fuerza humana compactada alrededor de modelos educativos favorables a determinadas funciones de producción. Es evidente que tal grado de desarrollo logrado se debe al esfuerzo ejecutado por dichos estados que, día a día, acentuaron en los modelos educativos formas cada vez más innovadoras dentro del delicado equilibrio entre hombre, sociedad y naturaleza.

Sin embargo, desde hace pocos años se viene apreciando un desgaste, un cansancio académico que lleva a un desinterés para continuar absorbiendo, como valores y modos de vida, la serie de condicionamientos erigidos por los sistemas educativos, como normas para la convivencia social.

Ya se ha visto la experiencia de esos modelos de pensamiento único, en los llamados países de la ex Unión Soviética y los incipientes registros de actos contrarios a lo establecido como normas de buen vivir, en China o Cuba.

Pero poco se ha estado diciendo de los sistemas educativos que en su momento configuraron el modelo del “buen vivir” norteamericano, tan expandido propagandísticamente al resto del mundo.

Neil Postman, un sencillo profesor de la Universidad de Nueva York ha dejado abiertas las heridas de un modelo educativo que desde hace más de 30 años, ha comenzado a desvanecerse, dejando al descubierto las secuelas de una generación, cuyas características apenas se pueden evidenciar en estos datos estadísticos: “Tengo ante mí un informe de la CarneigeCorporationReport (…) donde se pone de manifiesto que en 1960, tan solo el 5% de los nacidos fueron de madre soltera. En 1990 la cifra fue de 28%. Mientras que en 1960 vivían con uno solo de sus padres el 7% de las niñas y niños de edad inferior a los tres años, en 1990 lo hacía el 27%. Si bien en 1960 tan solo el 1% de niños y adolescentes (…) tuvo que sufrir el divorcio de sus padres, en 1990 la cifra saltó a casi el 50%”

Estas estadísticas nos indican, como lo afirma el profesor Postman, que “es más probable que la pequeña María padezca de insomnio tan a menudo como la pequeña Eva, y no precisamente porque quiera dedicarse a estudiar álgebra de madrugada. Más bien será porque no sabe quién es su padre o, caso de conocerlo, no sabe dónde se encuentra.”

Estas escenas de la vida en la sociedad norteamericana en modo alguno se ven representadas en los medios de comunicación masivos. Más bien son ocultados a la opinión pública para presentar un supuesto modo de vida altamente confortable dentro de una absoluta seguridad social que el Estado norteamericano brinda a sus ciudadanos.

Quizá sea por ello que tanto Bill Gates como McIntosh hayan agilizado sus prototipos cibernéticos, para crear la falsa ilusión de un mundo dulcemente perdido en la realidad y que solo aparece en las pantallas de los ordenadores.

Similares argumentaciones de una educación que se cae a pedazos, no tanto por los conocimientos que transmite como por los valores intrínsecos que intenta mantener, sean los que Savater, Fukuyama, Chomsky, Maturana, entre otros, han estado identificando como la de una educación que no tiene sentido en la medida que su fin, su por qué, están desgastados y afianzados en unos valores ético-estéticos y manifestaciones morales de unas creencias en las que ya casi nadie, y menos los niños y jóvenes, tienen intención ni de creer ni menos defender.

La Nueva Educación pareciera estar debatiéndose en sepultar los antiguos dioses y demonios escolares, mientras asiste al nacimiento de una poderosa fe educativa, cuyos nuevos dioses, ángeles y demonios, prefiguran la corporeidad de esto que hemos dado en llamar lo “posthumano” donde la racionalidad comparta con la emocionalidad la memoria de un subjetivar la vida, afianzando el sentido espiritual de lo que somos.

“Lo importante es señalar –como lo indica Postman- que dejando de lado sus ideales trascendentales, es posible presentar la historia de los Estados Unidos como una narración de racismo, inquietud y violencia. ¿Es esa la historia que deseamos que sirva de base para la escuela pública estadounidense?”

Mientras ello ocurre países como Venezuela apenas alcanzan a reflexionar sobre el segundo o tercer nivel educativo, vinculado con los procesos de evaluación de un currículo que en la práctica no interesa a nadie, no sugiere más que sombras de un mundo que fue. Y eso atañe, tanto a la Primera Etapa de Educación Básica como, fundamentalmente, la universitaria, donde el pensamiento académico es, históricamente, reaccionario.

@camilodeasis   @camilodeasis1