Pedro Carmona Estanga: Reflexiones de vida al llegar a mis 75 años

Pedro Carmona Estanga: Reflexiones de vida al llegar a mis 75 años

thumbnailpedrocarmonaHe llegado por la gracia de Dios a mis 75 años de existencia. Siento que la vida ha transcurrido en forma vertiginosa, porque es por naturaleza efímera, como son efímeros los aspectos materiales y de poder, siendo que al final lo que queda en buenos o malos tiempos es la familia y los buenos amigos ajenos a circunstancias e intereses, forjados en la comprensión y en valores compartidos.

Doy gracias a Dios por los años de vida concedidos, y por el preciado don de la salud y de la energía que conservo, con los cuales todo se puede, en especial una vida intelectual y laboralmente activa, dedicada hoy a contribuir al reto de la educación superior a nuevas generaciones de colombianos conscientes de la necesidad de formarse mejor en un mundo cada vez más exigente y competido, que requiere de talento humano sofisticado y de calidad. He superado así la esperanza de vida que en Colombia es de 71 años, cuando hace apenas 30 años era de 64. Lo que se agregue es ganancia, confiando sí que sea con calidad, pues he sido tan vital e independiente, que ruego a Dios que me mantenga en estos predios solo mientras pueda vivir dignamente y valerme por mis propios medios.

Los últimos 14 años de la vida han transcurrido en el exilio colombiano. Inicialmente imaginé que sería más corto, dadas las complejas situaciones a las cuales ha estado sometida mi natal Venezuela, pero no ha sido así. Los ciclos históricos deben cerrarse para que surja con fuerza y arraigo la necesidad de un cambio. Se dice que el momento más oscuro de la noche es el previo al amanecer. Y si bien esta etapa de la vida ha implicado importantes privaciones, ha resultado enriquecedora en experiencias, en un ambiente hospitalario, que mueve a que con el pasar del tiempo, el país que me acoge vaya convirtiéndose sin esfuerzos en una segunda patria.





Colombia es un país hermoso, de contrastes, de gente buena, laboriosa y acogedora, con escasas minorías violentas incubadas al abrigo de viejas confrontaciones políticas. Es un país de regiones: la meseta cundiboyacense, el eje cafetero, la costa atlántica, la costa Pacífica, la región andina, los llanos orientales, el sur nariñense, cada una de ellas con particularidades definidas a lo largo de siglos de aislamiento por una difícil topografía, cortada por tres cordilleras. El grado de arraigo a otro país se va midiendo cuando se es capaz de sentir esas realidades, idiosincrasias, costumbres y tradiciones. Y nada mejor que vivirlas de la mano de la juventud desde la academia, y a la par entender los profundos cambios generacionales que han ocurrido desde los “baby boomers” de los años 40-50” a la generación “X” de los años 70 y siguientes, hasta la generación “Y” o “millenials” de los 90 a la actualidad. Entender esos cambios es también esencial para educar con pertinencia.

Este tiempo me han servido igualmente para continuar formándome, rompiendo paradigmas y demostrando que no hay edad para mejorar. Terminé mi Doctorado en Economía en el año 2010, tras 5 años de intensa dedicación, y realicé también una Especialización, una Maestría, un Programa de Alta Gerencia, y varios cursos y Diplomados. Con ello he procurado a la vez predicar con el ejemplo a los más jóvenes, pues unos flaquean u otros se retiran tempranamente. La vida tiene que ser de retos permanentes, hasta el día de la partida de este tránsito terreno.

Hoy recuerdo con renovado afecto y gratitud a mis abnegados padres, a mis antepasados, a quienes tengo permanentemente a la vista en mi estudio en una hermosa foto familiar en la vieja casona caroreña donde mi abuelo Federico Carmona fundó el Diario El Impulso en 1904. Y agradezco con inmenso amor a Gladys, mi compañera inseparable de camino en las buenas y en las malas a lo largo de casi 50 años, así como a esos seres vitales del alma: mi amado hijo Gustavo Adolfo, mi noble nuera Anabela y mis adorables nietecitos Isabella, Nicolás y Tomás, quienes han iluminado con alegría esta etapa de la existencia. El “abuelazgo” es una hermosa experiencia cuando por ley natural el sol comienza a colocarse a las espaldas, e insufla nuevos bríos e ilusiones de vida. Y valoro más que nunca el afecto que me profesan mis hermanas, sobrinos y primos.

Hoy recuerdo como si fuera una película mi niñez tan feliz en la casa paterna en Barquisimeto, los imborrables años de colegial en un mundo apacible y seguro; mi Universidad, la vida capitalina que me abrió horizontes amplios y promisorios, luego proyectados a lo global desde mis tempranas experiencias diplomáticas en Europa y América Latina. No olvido tampoco a tantos compañeros de luchas en el Ministerio de Relaciones Exteriores, el Instituto de Comercio Exterior, el SELA, la Junta del Acuerdo de Cartagena, en Industrias Venoco, Avex, Asoquim, Conindustria, Fedecámaras y en la Academia. Y a muchos amigos y amados familiares que por designios de Dios ya no nos acompañan.

El camino de la existencia es más allá de los deseos y buenas intenciones, una ruta empavonada de logros y alegrías, junto a altibajos, reveses y frustraciones. Algunos pensadores nos ayudan a entenderlo. Churchill decía: “Si en su vida no hay fracasos, es porque no está tomando suficientes riesgos”, y para Ortega y Gasset: “El verdadero tesoro del hombre, es el tesoro de sus errores”, en tanto que para Benjamin Franklin: “El éxito es posible si existe también la posibilidad del fracaso”.

Pero jamás habría podido imaginar desde que vi la luz del mundo hasta los 60 años de edad en que salí al exilio, que Venezuela pudiese ser llevada a la destrucción económica, política, institucional y moral por el peor gobierno que haya tenido el país desde la independencia. Nací en una Venezuela pobre, en plena guerra mundial, con muchas limitaciones. Viví la alegría de la llegada a mi hogar de los primeros electrodomésticos, los automóviles citadinos, y a partir de allí he tenido la fortuna de ser testigo del más profundo cambio histórico sufrido por la humanidad, gracias a las revoluciones de la informática, las TIC, la medicina, los transportes, la biotecnología, la robótica y la nanotecnología.

Vi por tanto la evolución de la Venezuela rural al país de oportunidades, en el cual emergió una próspera clase media. Era imposible avizorar que en lugar de seguir avanzando hacia la vanguardia de América Latina, asumiría el poder una banda de rapaces, resentidos, guiados por ideologías foráneas orientadas a demoler la democracia desde adentro, fracturar al país y llevarlo a la desinstitucionalización, la bancarrota económica y la violencia. Pero guardo esperanzas de que el estruendoso fracaso del llamado socialismo del siglo XXI, causante de una crisis humanitaria sin precedentes, llegará a su fin más temprano que tarde. Lo trágico es que el costo no es de 18 años sino de décadas de atraso, y de profundas distorsiones y cicatrices que será necesario restañar. En un momento de la vida traté de interponerme sin éxito a la tragedia que se veía venir como la crónica de una muerte anunciada. Ahora solo le pido a Dios que pueda al menos ver los albores de un nuevo amanecer de libertad para mi amada patria.

 

Pero a la vez veo con angustia cómo este joven siglo, tan prometedor en avances del conocimiento, enfrenta peligrosos cuadros de violencia, inseguridad e intolerancia. Los populismos, corrupción, ultranacionalismos, el integrismo islámico, las oleadas migratorias e innegables problemas ambientales, de agua, calentamiento global y de distribución de la riqueza, están llevando al planeta por un camino incierto, que atenta contra la supervivencia del género humano.

¿Estamos acaso ante la inminencia del choque de civilizaciones de que habló Huntington? O como dice Yuval Harari en su fascinante libro “De animales a Dioses”, si bien el “homo erectus” sobrevivió cerca de dos millones de años, es improbable que el “homo sapiens” se mantenga en el planeta por 1.000 años más, es decir que dos millones más de existencia del ser humano están por fuera de toda previsión. Esa es la dimensión de tan admonitorio vaticinio.



“Para la verdad, el tiempo; para la justicia Dios”