Marcelo Crovato: El día de la fuga fue el más largo de mi vida

Marcelo Crovato: El día de la fuga fue el más largo de mi vida

Preso político Marcelo Crovato, ahora en Argentina / Foto Carlos Crespo – Crónica Uno

 

 

“El día de la fuga fue el más largo de mi vida”, así resume el abogado penalista Marcelo Crovato el escape de su arresto domiciliario en Caracas que lo llevó hasta Buenos Aires. Para salir de su residencia en Chacao, el defensor de Derechos Humanos se afeitó el pelo y la barba y planificó hasta los más mínimos detalles, como engrasar las bisagras de la puerta de su residencia para que estas no hicieran ruido. “Puedo contar algunas cosas pero otras no, porque hay gente que va a sufrir las consecuencias”, explica antes de empezar su relato.





Por Carlos Crespo / Crónica Uno

Crovato, quien también posee la nacionalidad argentina, fue detenido en 2014 cuando era miembro del Foro Penal Venezolano y se encontraba defendiendo a los manifestantes que participaron en las protestas de inicios de aquel año. Pasó 10 meses con presos comunes en la cárcel de Yare III, un periodo duro, en el que perdió 35 kilos en dos meses e incluso intentó suicidarse, pero del que también recuerda otras facetas. Una de ellas, la asistencia legal que prestó a muchos de los detenidos, que luego lo protegieron dentro del penal. “Ese día yo supe que estaba seguro”. Luego se mantuvo, durante más de tres años, en arresto domiciliario. Recibió una medida humanitaria tras comprobarse su grave estado de salud.

Después de llegar a Cucúta, en marzo pasado, el jurista de 52 años juró seguir “luchando por ver libre a Venezuela”, una promesa que intenta mantener en la capital argentina asistiendo a los diversos grupos de ayuda que hay en el país, hablando con diputados argentinos y haciendo propuestas al gobierno sureño para mejorar la situación migratoria de los más de 500.000 venezolanos que hay en Argentina. “No hace mucho se fugó mi amig, la capitana Laided Salazar, esa fuga la planificamos entre ella y yo”, aseveró.

¿Qué nos puede decir de las condiciones de la cárcel?

—Las condiciones son de negación de todo. Yo necesité de atención médica porque me detecté una lesión que había sido cáncer de piel, yo ya había sufrido dos veces antes de eso y tuve que hacer una huelga de hambre para que me llevaran al médico. Sufrí una caída accidental pero se me negó atención médica y a raíz de estar durmiendo en el suelo tuvieron que operarme la columna dos veces para reconstruirla. La alimentación era infame, perdí 35 kilos en dos meses. La comida carecía de proteínas, era insuficiente, a veces venía descompuesta, con gusanos, con insectos, a veces le dábamos la comida a los gatos que vivían en la torre y los animales no se la querían comer. Se nos negaban las visitas. Por ley debíamos tener dos visitas por semana, teníamos dos visitas por mes en el mejor de los casos.

A mis hijos no los vi en 10 meses, no se permitía, excepcionalmente había visitas de niños. Solicitábamos diversos recursos al tribunal y el tribunal no los decidía, los ignoraba totalmente, tuve que introducir un amparo para que se me diera acceso al expediente.

Afortunadamente, pude pagar la protección dándole asesoría legal a los demás internos. Un día un preso me dice que si lo puedo asesorar y me dice su caso, después llega otro, ‘¿Le puedo preguntar?’. ‘Sí, pregunta’ y así fui ayudando a muchos. Hasta que un preso me amenazó y los otros le dijeron: ‘Deja tranquilo al abogado porque nos está haciendo favores, tú te metes con él, y nos vamos a meter todos contigo’. Ese día yo supe que estaba seguro.

¿Cómo se le ocurre y cómo sucede el escape?

—Veíamos que era muy poco probable recibir justicia. Yo llevaba tantos diferimientos de audiencia, tuve 4 años sin audiencia preliminar, que decidimos empezar a hacer los planes de escape. Estábamos esperando la decisión de la ONU en mi caso, pero preferimos ir adelantando los planes. A pesar de que sabíamos que la decisión iba a ser favorable, teníamos poca confianza de que el Gobierno la cumpliese.

¿Con cuánta antelación lo planificaron?

—Como con 6 meses de antelación, le estuvimos dando vueltas a la idea, ir preparando las cosas, ir saliendo de algunas cosas, guardando algunas otras que quería conservar, eligiendo lo que nos vamos a traer, lo que no, viendo cómo salir. Vigilando las cámaras en Chacao, para saber cuáles eran los puntos ciegos, preparando documentación, investigando sobre la situación argentina. El objetivo era venir para acá porque era donde podíamos recibir apoyo. Viendo las condiciones del país para ver si podíamos, ya no políticamente, sino económicamente intentarlo.

Fue un proceso largo de planificación de ir preparando información, cómo está la frontera, de preguntarle a personas que fueron a Cúcuta. Tomábamos nota de hasta lo último que decían. Ellos me decían que debíamos fugarnos y nosotros decíamos que no, que esperamos una decisión de la ONU que va a salir para que nadie sospechase. Un día, cuando ya se tomó la decisión, empezamos a avanzar hasta con los últimos detalles. Fue un día que mi esposa se fue a la frontera, cruzó, y me informó, desde Cúcuta, que ya estaba bien.

Yo salí en la madrugada aprovechando la hora que yo sabía que el que llegaba tarde ya había llegado de trabajar o el que se levantaba temprano todavía estaba durmiendo. Nosotros llegamos a ponerle aceite a las bisagras de la puerta del edificio para que no fueran a sonar, hasta los mínimos detalles fueron planificados y el día que salí esa puerta no sonó.

Ese día de la fuga fue el más largo de mi vida, por el riesgo de que alguien me reconociera y me pudiesen detener. Ahí no iba a estar en (arresto) domiciliario ni nada, sino que iba a estar en un calabozo los 14 años que me faltaban. La noche anterior me corté el pelo con la máquina que tenía, me afeité la barba, me cambié todo, el cambio fue radical. Era difícil relacionarme con la persona que todos habían visto en las fotos, en las que aparezco con barba, no iba a ser fácil que me reconocieran.

¿Cuánto pasó desde que salió de Caracas hasta San Antonio?

—Hasta San Antonio son como 13 horas, tuve que hacer tiempo porque tenía que cruzar a la noche y fue desesperante. La frontera está ahí, puedo irme caminando, pero no era el momento para cruzar, era peligroso, estaba dándole vueltas y vueltas. Fue muy estresante, hasta que llegó el momento ideal, se fue la luz, aproveché el corte de luz y pasé.

¿Qué sintió cuando cruzó la frontera?

Veo que la estructura general del puente cambió, cambiaron los colores, el diseño, y pensé, entonces, creo que ya crucé y le digo a la señora que está al lado: “¿Ya estamos en Colombia?”, “Sí mijo, ya estamos en Colombia”. Yo le di un abrazo a la señora y me quedé suspirando, “Ay mijo, no sé qué le pasa, pero no se preocupe que todo ya está bien. Ya está acá, muchos de los que pasan lloran de la emoción. Yo no sé qué le pasará a usted, pero le juro que ya está bien”. Solo dije: “Señora, si usted supiese”. Me volteé hacia Venezuela, y prometí que seguiría luchando por verla libre, se lo juré a mi tatarabuelo que fue general de división en el ejército libertador, di media vuelta y seguí hasta donde estaba mi familia esperándome.

Mi hijo mayor ya lo sabía porque él se enteró justo antes de salir de la casa. Él se iba a extrañar mucho, no queríamos que hiciera preguntas, sino que ayudase a controlar a nuestro hijo menor. Mi hijo menor no sabía nada. Él estaba recostado en su cama jugando con su tablet. Cuando llego, me le acerco por detrás y lo llamo; pegó un brinco, me abrazó, me besó, me volvió a abrazar, y me dijo: “¿Y cómo vas a hacer para regresar a la casa? ¿Y la policía?”, y le dije: “No hijo, ya no vamos a regresar”, “¿Y qué vamos hacer?”, “nos vamos a Buenos Aires”, “¡bien, Buenos Aires!”. Después se dio cuenta de que eso quería decir que no volvíamos más nunca a la casa pero bueno, lo tomó muy bien, el hecho de venir, y estar conmigo.

 

 

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