“¡Ay, ay, es orgásmico!”: la atroz confesión detrás del doble parricidio que estremeció Argentina

“¡Ay, ay, es orgásmico!”: la atroz confesión detrás del doble parricidio que estremeció Argentina

Leandro Yamil Acosta y Karen Daniela Klein, llegaron como expareja al juicio y se inculparon entre sí.

 

 

El doble parricidio de Ricardo Klein y Miriam Kowalzuck sacudió a Pilar en 2015. El escenario fue una casa ubicada en Sarratea 2726. Allí, una trama de celos, reproches y relaciones amorosas intrafamiliares tuvo un desenlace macabro: 16 bolsas con cenizas, huesos, canibalismo y más restos calcinados.





Por: Todos Noticias

Los otros dos protagonistas que sobrevivieron la historia fueron Leandro Acosta, el hijo de la mujer, y Karen Klein, su hermanastra y también su novia al momento del hecho, quienes resultaron acusados por los crímenes de sus padres y actualmente permanecen presos.

“Las cosas que se hacen en vida se pagan aquí, y (Acosta) está en una cárcel común”, subrayó a TN Mónica Chirivin, la abogada que llevó adelante la defensa del joven, que entonces tenía 29 años.

La reconstrucción del horror

El caso se descubrió a mediados de septiembre por una denuncia de los vecinos de la familia que, preocupados porque hacía varios días que no veían al matrimonio, acudieron a la policía. La presentación por averiguación de paradero derivó en un allanamiento ese mismo día en el domicilio de Manuel Alberti donde se encontró una primera escena dantesca: una pelvis y parte de una columna vertebral en la terraza.

Había sangre por todas partes y el rastro llevó a los investigadores a unas 8 cuadras de distancia, hasta un terreno baldío en el que se toparon con lo que quedaba, literalmente, de Ricardo y de Miriam. Los habían baleado, descuartizado y quemado. En cuestión de horas, el círculo de sospechas se cerró dentro del propio seno familiar y los hijos mayores de las víctimas quedaron detenidos.

La casa donde ocurrió el doble parricidio, en Pilar. (Foto: captura TN).
La casa donde ocurrió el doble parricidio, en Pilar. (Foto: captura TN).

Leandro Acosta sufría un trastorno intestinal por el que le habían practicado una ostomía (conocido como ano contra natura), condición por la que cobraba una pensión. Pero según se supo más tarde a través de la declaración de testigos, para su padrastro era “un vago” y le reprochaba frecuentemente, a veces a los gritos y a veces con golpes, que “no pusiera un mango en la casa”.

La violencia física y verbal, al parecer, se había vuelto una rutina en la casa de Pilar. No obstante, el detonante de la tragedia habría sido una sospecha: Acosta creía que Ricardo Klein abusaba sexualmente de sus hermanos menores, un varón y una nena, mellizos de 11 años, que habían nacido de la unión entre el padrastro y la mamá del acusado.

El rol que tuvo Karen Klein, la hermanastra y por entonces también pareja de Acosta, fue confuso desde el principio. En base a los testimonios, la joven no le había perdonado a su padre que volviera a formar pareja tan rápido tras la muerte de su mamá y, además, no tenía una buena relación con Kowalzuck, que presuntamente la trataba como si fuera una “mucama”.

Lo cierto es que ambos se convirtieron en los sospechosos lógicos del caso y el informe de los forenses sumó más tarde otro detalle escalofriante, que tampoco los favoreció. “Estuvieron como diez días conviviendo con los cuerpos descuartizados de mi hermano y mi cuñada, pero ellos hacían una vida normal. Mi sobrina siguió yendo a trabajar y a llevar a los chicos a la escuela como si nada”, relató en aquel momento a los medios Raúl, hermano de una de las víctimas.

Finalmente, un cartonero que vio en la televisión la noticia sobre el hallazgo de los restos fue el que terminó de incriminar a Acosta, al presentarse espontáneamente en una comisaría y contar que el joven le había pagado para que retirara las bolsas de su casa. Él, aseguró, las llevó hasta un descampado cercano sin saber lo que escondían en su interior.

Los restos de las víctimas fueron encontrados, descuartizados y calcinados, en 16 bolsas de basura.
Los restos de las víctimas fueron encontrados, descuartizados y calcinados, en 16 bolsas de basura.

 

 

 

 

“Me comí un pedacito”

La abogada penalista Mónica Chirivin se encontró por primera vez con Leandro Acosta en la Comisaría de Villa Rosa. “Era un chico que podía ser mi hijo por la edad, carilindo, tez blanca, ojos azules intensos, con rostro de susto”, describió la letrada en su libro “Yo te defiendo”, publicado el año pasado, en el que recopila varios casos de su carrera.

No obstante, el “susto” se le fue ante la primera pregunta de la letrada. “Qué sentiste cuando los mataste?”, le dijo Chirivin. Y la respuesta del detenido abrió la puerta a una estrategia firme de inimputabilidad.

“¡Ay, ay, es orgásmico”, recordó la abogada que le dijo Acosta mientras se refregaba contra la reja “con una mirada desorbitada pero feliz”. Entonces añadió un detalle tan inesperado como horroroso: “Me comí un pedacito, con sal, una exquisitez, mejor que la carne de cerdo”.

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